El 9 de octubre de 1875, bajo una intensa tormenta y niebla, el buque portugués Arinos encalló en la playa de Aguas Dulces, en la costa del departamento de Rocha, Uruguay. Este vapor propulsado por ruedas de paletas navegaba desde Río de Janeiro con escalas hacia Montevideo, transportando un valioso cargamento de monedas de oro destinado a financiar al ejército imperial brasileño en la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay.
El naufragio del Arinos no solo marcó un trágico episodio marítimo, sino que dio origen a múltiples leyendas en torno al tesoro perdido. Se dice que las monedas de oro fueron escondidas en huecos de palmeras trillizas, enterradas bajo raíces de palmeras dobles o incluso reposan sobre los camalotes de la laguna de Briozzo, en Aguas Dulces. Sin embargo, documentos de la época indican que el oro fue robado por revolucionarios brasileños que actuaban como bandidos tras el siniestro.
El propio capitán del Arinos declaró que dos cajones con libras esterlinas fueron arrebatados por un tal Leoncio Lapuente la noche posterior al naufragio, lo que alimenta aún más el misterio sobre el destino del botín.
Con el paso del tiempo, el mar y la arena han ido carcomiendo los restos del buque, que hoy apenas se pueden divisar en la playa, especialmente en días de bajante cuando algunos vestigios emergen y pueden ser alcanzados nadando o caminando.
El Arinos se ha convertido en un símbolo de la historia marítima de Rocha, un lugar donde la realidad y la leyenda se entrelazan, fascinando a lugareños y visitantes que recorren sus costas en busca de rastros de aquel naufragio y su tesoro perdido.
Una de las leyendas más persistentes cuenta que el cargamento de oro del Arinos no fue robado ni perdido en su totalidad. Según los relatos, parte de las monedas fue enterrada en los Palmares de Castillos, una zona de palmeras característica de Rocha, o en las cercanías de la laguna de Briozzo. Los habitantes locales han especulado durante décadas sobre posibles ubicaciones, y algunos incluso han emprendido búsquedas, aunque sin resultados.
Otra historia, que mezcla hechos históricos con tintes legendarios, sostiene que el oro fue robado la noche del 10 de octubre de 1875 por un grupo de revolucionarios brasileños liderados por Leoncio Lapuente, un conocido caudillo de la época. Según esta versión, los revolucionarios aprovecharon el caos posterior al naufragio para saquear el barco y llevarse las monedas. Algunos relatos locales añaden que Lapuente y sus hombres escondieron parte del botín en la zona antes de huir, lo que alimenta la creencia de que aún hay oro por descubrir.
Una narrativa popular en Aguas Dulces sugiere que el capitán del Arinos, cuya identidad no siempre se menciona en las historias, pudo haber jugado un papel dudoso en los eventos. Algunos cuentan que el capitán inventó o exageró la historia del robo para encubrir un desvío del oro, ya sea para su propio beneficio o para entregarlo a otra causa. Esta versión, aunque menos común, refleja la desconfianza hacia las autoridades en las historias locales.
Los restos del Arinos, que durante mucho tiempo fueron visibles en la playa de Aguas Dulces durante las bajantes marinas, han dado pie a historias sobrenaturales. Pescadores y vecinos de la zona han compartido relatos sobre luces extrañas o sombras vistas cerca de los restos del naufragio, especialmente en noches de tormenta. Algunos creen que el espíritu del capitán o de los marineros que murieron en el naufragio (aunque no se reportaron víctimas fatales oficialmente) ronda la costa, protegiendo el tesoro perdido o buscando redención.
A lo largo de los años, las historias del oro del Arinos han atraído a cazadores de tesoros amateurs y curiosos a Aguas Dulces. Los relatos locales describen cómo algunos vecinos, armados con palas y mapas improvisados, han excavado en los palmares o en las dunas cercanas sin éxito. Estas expediciones, aunque infructuosas, han mantenido viva la leyenda y han convertido al naufragio en parte del folclore de Rocha.
Una variante más mística de las historias sugiere que el oro del Arinos está maldito. Según esta creencia, quienes intenten encontrarlo o se acerquen demasiado al tesoro sufrirán desgracias. Esta idea, común en muchas leyendas de tesoros perdidos, ha sido usada para explicar por qué nadie ha logrado recuperar las supuestas monedas, a pesar de los numerosos intentos.
Estas historias han sido transmitidas de generación en generación en Aguas Dulces, a menudo contadas en fogones, reuniones familiares o entre pescadores. La falta de registros históricos precisos sobre el destino del oro ha permitido que la imaginación colectiva llene los vacíos, convirtiendo al Arinos en un símbolo de misterio en la región. Además, el paisaje de Aguas Dulces, con sus playas extensas, dunas y palmares, proporciona un escenario perfecto para estas narrativas de aventura y enigma